martes, 8 de noviembre de 2011

Soliloquio de medianoche


Mis dedos ya se enredan en su cabello. Yo no duermo, pero ella mantiene sus ojos cerrados y una respiración constante y tranquila, tanto que le traspasa esa tranquilidad a todo lo que se acerque a su cuerpo blanco. Pero también me hace recordar las tantas veces que yo la veía en esa misma posición, abrazando más a la almohada que a mí, dormida luego de una media hora aparentando estar dormida, en el intento de acabar la discusión con la última palabra. Ahora, en este momento, no me queda más que reírme de esos momentos, ya tan lejanos, según parece, y al mismo tiempo tan cercanos a nosotros. Pero ahora Dominique dormía tranquila, se notaba en su respiración que dormía tranquila; a pesar de los estudios en la universidad, dormía tranquila; a pesar de que al otro día tenía que salir temprano, dormía tranquila; a pesar de tantas cosas que tenía que hacer en el resto de la semana, dormía tranquila. No la molesta ni la gata de mierda que maúlla como anda a saber qué condenado animal, ni el perro del vecino que no se calla ni para respirar por culpa de la gata de mierda. Yo intento quedarme a su lado, pero hay algo en mi espalda que me molesta, y quedo incomodo, e intento no despertarla. Me conformo con estar a su lado y acariciarle el pelo, su pelo castaño ondulado que siempre me gustó, porque sé que eso siempre la relaja cuando quiere dormir. Hace un rato aparté los cuadernos y los libros que estaba leyendo para estudiar, así podría estirarse sin mayores dificultades. Aun así creo que, a veces, o de vez en cuando, no estuviera despierta. Me gustaría verla abrir los ojos, esos enormes ojos marrones de Dominique, y me viera, como antes lo hacía, me abrazara, y ya… qué estoy diciendo. Mejor salgo un instante, con algo de dificultad. Sé que, por alguna razón, el agua de la cocina es mucho más helada que el agua que sale del baño. Vale la pena salir de la habitación y atravesar todo el departamento para tomar un poco de agua, lavarse la cara… refrescarse un poco. Y como supuse lo tiene todo ordenado. Todo limpio, no puede ir a dormirse sin dejar la loza limpia, a diferencia de la Antonia, que le rompe un poco el esquema a mi Dominique.
Tal como recuerdo, el agua es más helada en la cocina. Dejo el vaso allí encima del lava platos, pensando en que quizá así ella sepa que estuve aquí, que a pesar de todo lo que pasó yo estuve aquí esta noche, y la anterior, y la anterior a esa, y solo para verla, para protegerla, porque ese imbécil del Marcos, su compañero de la carrera, la ha estado joteando todos estos días, no sé si desde… pero si sé que lo ha estado haciendo, porque lo he visto, y he visto como la Dominique ni lo pesca, si lo mira como un amigo, y nada más. Aún recuerdo la vez que me dijo que pensaba que el Marcos era gay… aunque la verdad ahora no tengo ni la más mínima idea de que puede pensar mi Dominique del Marcos. No he hablado con ella hace unos, ¿cinco meses? ¿Un poco menos? ¿Un poco más, quizá? Si me asomo a su pieza solo la volveré a ver en la misma posición la cual la dejé, abrazando la almohada, con las sábanas hasta la cintura, de espaldas a la ventana, respiración constante y tranquila, relajada, dormida. Podría poner música. Algo de Charlie Parker para ambientar la noche, como tantas veces lo hice antes, con Dominique, noches en que Antonia salía, y nos quedábamos solos, olvidándonos del mundo, dejando de escuchar el ruido de los autos de afuera, de ese Santiago bullicioso, de ese Santiago eternamente despierto, escuchando trompetas y saxofones, contrabajos y baterías, allegros y adagios, y bueno… un poco de whiskey, o un poco de ron, la compañía del humo del cigarro… un cigarro. Cómo me gustaría sacar un cigarro en este momento, siempre pensé que la vista del departamento era grandiosa, a pesar de que veíamos el Santiago bullicioso, el Santiago eternamente despierto, muchas veces nos perdíamos mirando las calles, y paseando con la mirada desde el balcón, para luego volver a encontrarnos el uno frente al otro en una noche más, tomando whiskey, o un poco de ron, con un cigarro en la mano, escuchando baterías y contrabajos, trompetas y saxofones, y una noche de soledad sólo nosotros, con la música de Charlie Parker. Pero ahora no. Me hundo en el sillón de cuero negro que nos regalaron los papás de Dominique hace un par de años atrás, cuando nos mudamos al departamento (lamentablemente, con la Antonia incluida), sin encontrar un cigarro en ningún bolsillo de mi chaqueta, sin tener ni una gota de licor, sin poder poner un poco de jazz para ambientar la noche, porque podría despertar a la Dominique, o peor, a la Antonia. Y me quedo sentado en el sillón de cuero negro, mirando por el enorme ventanal, una noche ni tan helada, ni tan cálida. Está despejado Santiago, y se pueden ver las luces de casi toda la ciudad, algunos autos moviéndose por las calles. Pero hay tanto silencio, tanto silencio en las calles, y en el departamento, que sentado en el sillón de cuero negro, puedo escuchar los ronquidos de la Antonia en la pieza al final del pasillo, y la respiración de la Dominique en su pieza. Con solo cerrar un poco los ojos, e inclinar mi cabeza un poco hacía atrás, apoyándola en el respaldo del sillón, puedo saber que aún duerme, y que aún duerme tranquila. Y en esta misma posición, aunque yo no lo quiera, comienzan a llegar a mi mente los recuerdos de noches pasadas.
Son como imágenes sucesivas, como fotografías, no logro recordar todo el momento. Solo logro retener instantes, apenas una fotografía sacada en el mejor o el peor momento por un muy mal fotógrafo. Muchas fotografía no son momentos que pasamos exactamente juntos, son solo cosas que yo sé que sucedieron en algún momento. Así puedo ver a la Dominique, a mi Dominique, al teléfono, hablando con su madre, llorando, por que discutimos… discutimos por que ella había hecho algo, o yo pensé que ella había hecho algo, y por supuesto me enojé en ese momento, y ella me sacó en cara otra cosa. Algo que yo había hecho antes. Y allá va, me veo a mi sentado en este mismo sillón, con la Dominique sentada en mis piernas. Es una reunión familiar, pero con su familia… hay una torta, es su cumpleaños, está casi toda su familia en el departamento, y nos reíamos por que no podíamos creer que toda esa gente lograra caber en ese departamento tan pequeño. Ahora veo a la Dominique en la cocina, preparando un almuerzo, o un almuerzo, para dos personas, pero en el living no estoy yo, está la Antonia, sentada, llamando por teléfono; mi Dominique está seria, discutimos, por algo peleamos ese día, otra vez, yo no la quise dejar salir, porque con alguien se iba a juntar a tomar algo, chela, o café, y yo no quise, no quise que se fuera, y discutimos, y tomé mis cosas, y me fui del departamento; me fui yo y la dejé a ella sola con Antonia. También aquel día, llevábamos poco pololeando, ella aún tenía el cabello teñido, ese color que se le veía tan mal, pero yo no se lo decía, jamás se lo quise decir, y peleamos, esa vez si me acuerdo, fue porque ella no pudo salir conmigo por un compromiso familiar, y yo no lo entendía, para mí era nuestra primera cita como pololos, y ella se enojó por eso, o fue al revés, ya no recuerdo. Pero ahora viene otra imagen, nos fuimos a la playa un fin de semana, solos, agarré el auto de mi papá, y partimos por la carretera, hasta llegar a la primera playa que vimos que jamás supimos cuál fue. Solo sabíamos que era una playa, que era lejos del Santiago bullicioso, del Santiago eternamente despierto, donde también tuvimos nuestro departamento, y también pasamos una noche con Charlie Parker, y su jazz, y un poco de ron, y el humo del cigarro, y también pasamos una noche dormidos, donde ella dormía y yo la contemplaba dormir, en su completa armonía, con su respiración constante, abrazando la almohada, y dándome la espalda, aunque a mí no me molestara, porque yo la observaba, y le acariciaba el pelo. Ya comienzo a pensar que la debería dejar de venir a ver. Se me viene otra imagen, una nueva, mientras creo que el quedarme allí solo le hace más daño a mi Dominique. Lo pienso mientras la veo, la veo de pie en el marco de la puerta que da al pasillo, de pie, con la mirada baja, sin mayor preocupación, sin saber de qué momento es esta imagen. Mi Dominique camina hacia la cocina, toma un vaso, lo llena con agua, se lo toma de un sorbo, y se queda allí, quieta, y entonces… claro, ¡este no es un recuerdo, es mi Dominique que se ha levantado de la cama! Pero no me puede ver. Me escondo entre la sombra que se produce en un rincón dela habitación, y veo a mi Dominique caminar lentamente hacia el sillón de cuero negro, con una expresión de amargura en el rostro. Dominique… quiere llorar, pero no… no quiere llorar, siente los deseos, pero no quiere llorar. Se abriga un poco con la bata blanca que lleva puesta, que solo la hace ver más blanca a ella misma. Se acerca un vaso, y toma una cajetilla de cigarros del mueble del televisor. Se sirve un vaso con un poco de ron, y fuma un cigarro sentada en el sillón de cuero, en el mismo sillón de cuero negro donde estaba sentado yo hace un instante, mirando por la ventana, pero dejando de escuchar el Santiago bullicioso, el Santiago eternamente dormido, pues es eso lo que la mantiene despierta. Lo puedo ver en su rostro, como cierra los ojos cada vez que expulsa una bocanada de humo, tan femenina, y los abre, esos enormes ojos marrones, cuando bebe un poco más de ron, mi Dominique. Podría acercarme a ella… solo un poco… verla mejor… otro poco… acariciar su pelo con la punta de mis dedos… sentarme a su lado para ver por la ventana el mismo Santiago que siempre hemos dejado de mirar con un poco de ron y unos cigarros… y un poco de Charlie Parker.
… No me queda otra. Me acerco a la radio, presiono un par de botones, cosa fácil, y la música comienza a llenar el ambiente de la noche, de esa noche, donde sólo estamos Dominique, con los ojos cerrados y llorosos, y yo, bien despierto, porque no me queda otra. Me acerco a ella, me inclino un poco, para que me vea, y extiendo mi mano, en el mismo juego que hicimos cada noche, emulando aquella en la cual nos conocimos. ¿Pero qué pasa, amor? No se levanta, no me mira, tiene los ojos cerrados. Y llorosos. Mejor me agacho, me quedo en cuclillas y la sostengo del codo, zarandeándola suavecito, solo un poco, para que se despierte. Sobresaltada abre los ojos, me mira, primero con extrañeza, pero ahora me abre esos enormes ojos marrones, esos que tanto me han gustado. Me da un abrazo. Es todo lo que quería, un abrazo, que me viera, me disculpara, me entendiera. Bailamos… estamos bailando con el jazz que sale de la radio, sin preocuparnos de que alguien más se despierte en el departamento. Bailamos y bebemos un poco de ron, y fumamos un cigarro entre los dos, y nos volvemos a besar como lo hicimos alguna vez hace ya tanto tiempo atrás. Hace ya tanto tiempo atrás…

… Hace ya tanto tiempo porque, ha pasado el tiempo. Hemos dejado de bailar, ella está recostada en el sillón de cuero negro, acurrucada sobre mi regazo, mientras yo le hago acaricio el pelo con una mano, y con la otra me fumo un cigarro en el silencio que ha quedado en el lugar. Ambos, hasta hace un instante, bailábamos juntos un tema de jazz, danzamos al ritmo de la batería y del contrabajo, de los adagios de un saxofón, hasta los allegros de una trompeta. Nos bebimos casi toda una botella de ron, y nos fumamos casi toda una cajetilla de cigarros, solo sentados el uno junto el otro, tal como estamos ahora, sin hablar, sin decir una palabra. Dominique se estaba quedando dormida en mi regazo cuando me miró a los ojos, y me sonrió, tal como me habría sonreído en algún otro momento. Entonces vi que sus ojos eran los mismos, que su sonrisa era la misma, pero su pelo ya no era el mismo, que su cuerpo ya no era el mismo, y comprendí que no han pasado cinco meses, que han pasado por lo menos unos veinticinco, que no es Antonia quién duerme al fondo del pasillo, es su hija, que sí había algo molestándome en mi espalda cuando me recosté a su lado en su cama, era su marido, que esos libros y cuadernos encima de su cama no eran de estudio, eran del trabajo, que mi Dominique ya ha avanzado, que todo es diferente, y que ya no tengo que estar allí. Que ella tiene una familia, que logró superar las cosas, y que ahora sí duerme tranquila, si descansa tranquila, si respira tranquila, y que era yo quién la molestaba, yo quien tiene que despedirse de una vez. Yo fui quien produjo la pelea aquella vez, ella tenía que salir, pero ahora que lo veo bien, iba a una entrevista para conseguir un trabajo en no sé dónde, un trabajo que le serviría en el futuro para su carrera universitaria, y yo me enojé, porque esa noche la Antonia iba a salir, y yo quería que la pasáramos juntos, y no la dejé tomar su oportunidad, y me fui… me fui, tomando el auto de mi papá, que aún estaba allí, me fui, conduciendo enfurecido, enojado, a gran velocidad, sin medir ningún tipo de consecuencia, despistado, imbécil…
Ahora entendí que no miraba por la ventana del departamento, y no veía al Santiago bullicioso, ni al Santiago eternamente despierto. Miraba por el ventanal de una casa, y veía el resto de una villa pequeña. Es la casa de Dominique. Me levanto del sillón, sin despertarla… ¡Ni siquiera el sillón es el mismo, solo se parece! La miro. La miro respirar, la miro dormir, la miro descansar tranquila al fin, simplemente la miro. La miro abrir los ojos de un sueño extraño, y pienso… pienso que algo debo decirle, algo que nos deje tranquilos a ambos, a ella que se queda, a mí que me voy. Abre los ojos, mi Dominique, y me mira, asustada, pero me mira, ahora si me mira de verdad, luego de tanto tiempo. La recuerdo como la conocí, con ese color de pelo horrible, que le quedaba tan mal. Entonces solo puedo pensar en una cosa, una sola cosa para decirle: “Así, te ves estupendamente bien, mi amor”. Y ella lo entiende, no sé cómo, pero se ríe nuevamente, y lo entiende. Vuelve a cerrar los ojos, y yo aspiro el humo del cigarro. Mi Dominique vuelve a quedar profundamente dormida en el sillón de cuero negro del living de la casa, y yo boto el humo, y me siento desaparecer con ese humo, me siento desaparecer finalmente, y para siempre.

2 comentarios:

  1. ;) ME GUSTA!!! lo acortaría un poquito, a veces no hay que repetir tanto los detalles... se entiende perfecto.

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  2. Ocupo la repetición de detalles para que se entienda que son pensamientos... pero se agradece el comentario, de verdad. Muchas gracias..

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