martes, 24 de enero de 2012

Diez años y una cámara que no vio nada.

"No lo pienso hacer" le decía Carlos al hombre parado en el espejo que lo miraba con los brazos cruzados y una expresión seria. Él se encontraba sentado en la camilla de la celda, con la cara escondida tras sus manos sucias, llenas de tierra y mugre en las uñas comidas tras tres años en la cárcel. Sabía que lo que le decía el hombre en el espejo era verdad, que aunque pasaran rápido o lento los próximos siete años, no era seguro que se fuera, y los gritos de esa mujer, los quejidos de aquel hombre jamás se irían, y le perturbarían la mente al otorgarle un poco de placer, y un poco de culpa. Pero no era su culpa, fue aquel hombre quien siempre lo molestó, quien siempre lo obligó, le jugó con la mente, y lo llevó hasta donde se encontraba ahora. Ese hombre que, a pesar de estar tras el espejo en un reflejo, a pesar de mirarlo seriamente, a pesar del largo rato que llevaba en silencio, sabía que se reía en lo profundo, pues ya lo conocía bien. Conocía sus técnicas, sus trampas. "No lo pienso hacer" le repetía Carlos, levantando la vista, para mirarlo a los ojos. 

"Piénsalo bien, Carlos - le decía aquel hombre - es la única forma de terminar con todo este infierno. Te han llamado sicópata, ¿eso no te molesta?". Pero sabía que solo jugaba con su mente. Sabía que no debía hacerle caso a lo que le decía, pues era solo para su diversión. Quién sabe a cuantos ya les habría hecho la misma jugada, la misma maldita broma. "La cámara de seguridad no llega aquí, nadie se dará cuenta". Entonces Carlos habría tomado su decisión. No eran los gritos de la mujer, no eran los quejidos del aquel hombre, no eran los doscientos mil pesos robados, ni ninguno de los otros tantos crímenes de domingos por la tarde los que perturbaban su mente. Era el hombre detrás del espejo. Carlos se levantó de la camilla de la celda, miró el soporte del televisor en la esquina superior de la celda, vacío, y luego se dirigió al hombre en el espejo. "Durante todos estos años, Carlos - le dijo al hombre del espejo - quien me ha molestado has sido siempre tú, y tus estúpidos juegos". Sin saber como, metió sus manos en el espejo, y agarró al hombre del espejo por los hombros. Lo lanzó sobre la camilla, y se le abalanzó encima para golpearlo con todas sus fuerzas. Luego lo lanzaba al suelo donde lo empezó a patear. Pero el hombre no se defendía, solo se agarraba el brazo que según parecía se habría fracturado, y reía a carcajadas, provocando la ira de Carlos, quién no podía dejar de golpearlo, sin pensar en consecuencia alguna. La cámara no llegaba a su celda privada, como le dijo aquel, hombre, y los guardias estaban ausentes. Nadie llegaría a detenerlo, y mataría a aquel molesto hombre. 

El hombre del espejo tenía por lo menos una contusión por cada domingo pasado, y ya se encontraba inconciente en el suelo de la celda. Pero aún no estaba muerto. Carlos tomó la sábana de la cama, la pasó por el soporte del televisor, y acercó el cuerpo de aquel hombre para pasarle la sábana por el cuello. Tirándo con todas sus fuerzas, logró que su reflejo quedase suspendido en el aire, ahorcándose, pero no lograba verlo quejarse de de la asfixia. Al contrario, Carlos comenzaba a sentir que le faltaba el aire, y empezaba a tocer con fuerza, carraspeándo, tratando de aclarar la garganta que se le apretaba a medida, que el hombre del espejo volvía a reír con fuerza. Carlos caía al suelo, se le nublaba la vista, y se le acaloraba la cabeza. Ya no podía más, y los esfuerzos por tragar bocanadas de aire eran en vano. Lo único que lograba ver era el rostro de su reflejo, su rostro, Carlos Deformes Lerdo riendo, colgado del soporte del televisor, que en unas últimas palabras le decía "De todos modos, siempre logro que me hagas caso, Carlitos", y luego todo era oscuridad, silencio, y vacío. 

viernes, 6 de enero de 2012

"Instrucciones para Llorar" (Julio Cortázar)


   Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará  con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos