jueves, 22 de diciembre de 2011

Calles y Juegos


Hace frío, aún siendo que se encuentra en una oscura noche de verano, pleno diciembre. Las calles, oscuras a pesar de todo, son iluminadas por el resplandor de los postes, dándoles un tono amarillento al suelo, el cual se ve interrumpido de vez en cuando por un puñado de luces rojas, verdes, azules, y de más colores, por los adornos navideños que invaden las calles. Y es todo lo que ve en las calles, frías calles de piedra, sin gente, sin autos, sin vida. Solo es él, corriendo a toda velocidad, huyendo de quien lo persigue. Mantiene una velocidad constante, con la mirada al frente, sin mirar a su perseguidor. De vez en cuando agacha la mirada, observa el piso iluminado y seco de la noche, intentando no tropezar torpemente esa noche de tanta angustia. Levanta la vista, y a lo lejos ve la calle cerrarse en un pasaje que termina con una pandereta de cemento delgada, pero de tal altura que no la pasaría de un salto. Se le presenta una calle a su costado, una calle pequeña, una calle que se inclina bastante, y permite una bajada rápida por ese cerro de Valparaíso. Sin más remedio, toma la calle, y evitando resbalar baja a toda velocidad, pues su perseguidor es tan o más rápido que él, y se escucha como este casi tropezó al girar tan rápido para tomar la misma calle por la que se desvió él. 

La suerte se presentó ese segundo, y al fondo se veía una avenida y un auto estacionado. Pero la mala suerte volvió de su descanso cuando un auto entró a esa calle por una perpendicular, y se fue de frente hacia él. Lograría si encontraba alguna calle alternativa por la cual doblar, y la encontró a su derecha. Por un pelo esquivó el auto, en el cuál ahora se subía su perseguidor original. Tomó un poco de ventaja de ese momento, pero obviamente el auto lo alcanzaría rápidamente si seguía derecho por la misma calle. Giró hacia su izquierda para continuar bajando el cerro, y luego a la derecha para tomar otra calle, y por último a la izquierda, y llegó a la avenida. Miró a ambos lados, y unas tres calles hacia su izquierda había un auto vacío con las puertas abiertas. "Demasiado fácil - pensó -, demasiado fácil, y demasiado sospechoso". Total, no importaba, los había perdido al conejear por las calles del cerro. Comenzó a caminar tranquilo, pero detrás suyo escuchó el rugir del auto que lo perseguía. Debieron adivinar que bajaría a la avenida, apareciendo unas seis calles más allá del auto. Podía alcanzarlo, no sacaba nada con correr. Corrió al auto vacío, y llegó antes de que lo alcanzaran sus perseguidores.

No tenía como huir, pues no podía encender el auto. Quienes lo perseguían lo chocaron por detrás, y alguien le gritó que se rindiera, que se bajara del auto, que ya no tenía nada más que hacer. Resignado a la situación, se bajó del auto con las manos en alto. Del otro auto se bajó solo un hombre, pues nadie más había en ese auto. Se confundió al ver que era solo una persona quién lo perseguía. El hombre se acercó corriendo, se paró frente a él, con la mirada fija y una sonrisa burlona. Con la palma de la mano le dio un golpecito en el hombro, dijo "Ahora tú la traes", y corrió de vuelta su auto. Mientras ese hombre corría a toda velocidad en su auto, él comprendió todo. Subió al auto, movió los cables, lo encendió, y fue detrás del otro hombre. Ahora le tocaba a él perseguir.