viernes, 23 de julio de 2010

A veces tan solo un sueño.

No lo lograba entender. Ni siquiera conocía a aquella mujer que se encontraba de pie frente ella, con el arma en la mano. No lograba reconocer ni la calle donde estaba. “¿Para dónde te fuiste?” pensaba con rabia, mientras se llevaba la mano a la herida. Su pololo habría desaparecido hace algún rato, o algo así. Ya no le miraba el rostro a la otra mujer, pero sabía que reía de una manera tal, que le resultaba insoportable. Trataba de pensar en cualquier cosa para poder evitarlo, pero la risa de aquella mujer le calaba más hondo en la cabeza, que la bala en el cuerpo.

“¿Qué tal la prueba de mañana? ¿No has estudiado?” pensaba. Pero se miraba la mano, veía la mancha de sangre en su mano. Eso la distraía. “Bueno, igual no te va tan mal en lenguaje” se decía, trataba de visualizar los cuadernos, las clases, al profe Luís con sus tallas, o a la Camila y sus comentarios. Algo que la distrajera de la risa de esa mujer, que caminaba alejándose de la escena. “Por último pedí una ayudita”. No sabía que hacer. No quería caerse, por que si lo hacía sabía que todo pasaría más rápido. No era la idea. Respiraba tranquila a pesar de a situación. “¡A dónde te fuiste, David, por la chucha!” pensaba. Pero no escuchaba nada. Ya no se oía la risa de la mujer, ni nada. Los perros no ladraban, a pesar de lo fuerte que sonó el disparo. No se escuchaban autos, ni nada. No había gente a su alrededor. Tratando de oír algo, tan sólo logró escuchar un piano a lo lejos, con el ritmo de 11 y 6 de Fito Paez a lo lejos. “Me encanta ese tema” se dijo con una sonrisa en la cara. Trataba de tararear el tema, para no sentir el dolor de la herida. Pero ya no sabía si podría seguir en pie. Le temblaban las rodillas, se le entumecían los muslos, y ya no sentía mucho los dedos de los pies. Cerró los ojos.

Los abrió para observar el techo a oscuras de aquella noche fría de mayo. Medio dormida veía la ampolleta a lo alto, y su sombra desplegada en el techo con la luz de la luna. Se tapó los brazos congelados, e intentó dormir de nuevo. Su gato se paseaba por su cama, tratando de acomodarse nuevamente. Catalina volvía a dormir.

Volvió a abrir los ojos. Ahora estaba de rodillas en el suelo. Se debió haber caído en ese segundo en que estuvo inconciente. Aún le dolía la herida, esa herida de bala que estaba bajo las costillas. Escuchaba voces. Por ahí escuchaba la voz de David tratando de ir hasta ella, pero no lo dejaban pasar. No sabía si habían carabineros, una ambulancia, o simplemente gente ahí agolpada a su alrededor. Por más que abría los ojos, no lograba ver bien su entorno. Una voz se escuchaba a lo lejos “Cata, relájate, ya vas a estar mejor”, aunque ella sabía que quien le decía eso estaba casi a su lado. Ella sólo asentía con la cabeza. Sintió unos brazos en sus hombros, que la cargaban para que se recostase en el suelo. “Acuéstate, acuéstate Cata” le decía la voz a lo lejos. Entonces escuchó muchos murmullos a lo lejos. Trató de mirar que pasaba, y con la vista algo borrosa reconoció la silueta de David. Él se sentó a su lado, y la tomó en brazos. “¿Dónde estabas?” le preguntó Catalina con dificultad, y algo molesta por la tardanza de su pololo. David la hacía callar, le pedía que se tranquilizara, y según parece le sonreía. Le acariciaba el pelo, y algo decía a la gente a su alrededor. Nuevamente escuchaba la canción de Fito a lo lejos.

“Me encanta esa canción” decía Catalina nuevamente a David. “Les puedes pedir que le suban el volumen, David”. No sabía si él le había hecho caso, pero de pronto sintió con más intensidad la voz del argentino en sus oídos. Cerraba los ojos tratando de dormir con aquella canción, pero David la despertaba con unas palmaditas en la mejilla. Algo le decía, pero ella no le entendía. Hubo silencio.

De un segundo a otro, Catalina dejó de ver borroso. Veía a David con perfecta claridad, y veía a su entorno que ahora estaban solos. Pero no escuchaba nada. Sólo había silencio por todos lados. Ya ni siquiera oía la canción de Fito. Trataba de leer los labios de su pololo, pero no entendía lo que le decía. De pronto pareció que algo le preguntaba, y se quedaba esperando una respuesta. Catalina frunció el ceño, y asintió con la cabeza.

David la tomó en brazo, y comenzó a caminar a paso firme. No iba corriendo, ni siquiera iba rápido, pero trataba de llevar un paso firme. Catalina no tenía idea a donde la llevaba, pero trató de afirmarse bien a su cuello para no caer, mientras con la otra mano se tapaba la herida que no dejaba de dolerle. Trataba de relajarse. Sentía la brisa en la cara, quizá la última brisa que sentiría sería aquella. Sentía como que iban subiendo. Parece que estaban en algún cerro de Valparaíso, o de alguna playa de la costa de la quinta región, pero no recordaba en que momento se fue para allá. Solo se dejaba relajar con esa especie de brisa marina que le llegaba en la cara. Ya no miraba a la cara a David. Tenía los ojos cerrados y la cabeza gacha. Quería escuchar algo. Alguna cosa la canción de Fito, el sonido del mar, gente, autos, o la voz de David. Pero en su cabeza reinaba un silencio total, y solo se podía concentrar en el dolor de la herida. De pronto comenzaba a escuchar la risa de aquella mujer, que con cada paso que daba David, más fuerte sonaba, y más le dolía la herida. “Dile que se calle”, decía Catalina. Pero sonaba más fuerte. “David, dile que se calle” decía con voz débil. Trató de mirar el rostro de su pololo, y vio como éste solo la hacía callar. “¡David, por favor, dile que se calle a esa mujer!” trata de gritar, pero aún así su voz parecía sonar débil. David solo la hacía callar. Catalina se aferró al pecho de su pololo con la intención de dejar de escuchar esa risa. La risa no era macabra, no era una cosa que le diera miedo o algo por el estilo. Solo le molestaba escuchar esa burlona risa de la mujer que le disparó hace un rato sin razón aparente. Pero la risa sonaba cada vez más fuerte. Más y más fuerte. Y más y más le dolía la herida. David solo la hacía callar.

Su gato, de pronto, le cayó encima. Se despertó de golpe. Aún era de noche. La puerta se había abierto de repente. Quizá por el viento, o por algo. Su gato saltó del susto, y le cayó encima. Catalina se lo sacó de encima, se levantó a regañadientes, y se dirigió a la puerta para cerrarla. En ella sintió una leve brisa fría que venía del pasillo. Salió de su pieza para ver si había alguna ventana abierta, pero todas las puertas estaban cerradas. Respiró hondo, algo asustada, y algo nerviosa. “Mejor me voy a acostar, mañana me tengo que levantar temprano” pensó, sólo para tranquilizarse. Entró a su pieza, y cerró la puerta. Se acostó correteando a su gato, y se tapó hasta el mentón por el frío. “Mañana me tengo que levantar temprano” se dijo con un bostezo. Poco a poco comenzaba a dormirse de nuevo. Y mientras se le cerraban los ojos, veía su puerta abrirse nuevamente.

Entonces David la hacía entrar en una habitación de aquella casa que ella desconocía. Era una casa de madera, ubicada en algún lugar alto de ese supuesto cerro de Valparaíso. David la hizo entrar en una habitación grande del segundo piso. La recostó en el piso, y él se fue a un escritorio por ahí cerca. Catalina aún tenía la mano sobre su herida. Ya no le dolía tanto, pero sentía la molestia bajo las costillas. Aún respiraba tranquila. Ahora escuchaba bien. Escuchaba a David en el escritorio, moviendo cosas, buscando algo. Ella, por su parte, tenía claro que no había más que buscar. Ya tenía asumido lo que venía. Según ella creía, lo mejor sería dejar que las cosas pasaran. “David” lo comenzó a llamar.

Lo llamó unas cinco veces, cada vez trataba de levantar más la voz. A la última que llamó, David se le acercó. Tal como cuando estaban en la calle, se agachó junto a ella, y a apoyó en sus brazos. “Ya David, me voy a morir” de fríamente. “No, no, Cata, si vas a estar bien” le decía su pololo, mientras le acariciaba el pelo. Pero Catalina estaba convencida de que ese era el momento en que iba a morir. “No David, si ya… ya me estoy muriendo” le decía Catalina. Comenzó a sentir un cosquilleo en los pies, mientras David le seguía dando palabras tranquilizadoras. Pronto el cosquilleo se le comenzaba a extender a las rodillas, y era como si las partes del cuerpo se le empezaran a dormir de a poco. Ya no le dolía la herida. Ya no escuchaba la risa. Ya no escuchaba ni a Fito.

Cuando se le empezaban a dormir la puta de los dedos, solo veía la cara de David sobre la suya, y sobre éste el techo de madera con una ampolleta a su centro. Y su sombra que se extendía por el techo con la luz del atardecer. La voz de David se escuchaba lejana ya. Ya caso no lograba distinguir la sonrisa de su pololo tratando de tranquilizarla. El cosquilleo llegaba hasta su cuello. Una silueta se comenzaba a dibujar tras el cuerpo de David mientras su vista poco a poco se nublaba. Catalina reconoció de inmediato la silueta de la mujer que le abría disparado, allí parada en la habitación, sonriéndole. Trató de decirle a su pololo, de gritarle que aquella mujer estaba allí en la habitación, pero en un segundo su vista se nubló por completo. Todo se volvió a negro.

“¿Y eso es todo?” pensó pasados unos segundos. Sintió una brisa helada en la cara. Luego la brisa se hizo más y más fuerte, y le llegaba a todo el cuerpo. Caía. Abrió los ojos, pero no veía nada. Para dónde mirase, todo era negro, todo era oscuridad. Nada le indicaba qué era arriba, o abajo, o un lado, o el otro. Aunque intentase estirar los brazos, no alcanzaba nada. Todo estaba muy lejano ya. Pero aunque no tocase nada, ni viese nada, ni escuchase nada, Catalina sabía que caía. Sentía su cuerpo caer al vacío, y la brisa que le chocaba en todo el cuerpo. Pero ya ni el cuerpo lo sentía. Era como un trapo que caía. Una caía rápida, pero que no acababa nunca. No pesaba nada. Dentro de toda la tensión de haber muerto, se sentía la cosa más relajada del mundo, con solo caer al vacío. “¿Y esto es morir?” pensaba. Los pensamientos aparecían como frases sueltas, pues ellos se iban quedando arriba, mientras ella caía. “Jamás vi mi vida pasar ante mis ojos” se dijo con sarcasmo, y una risa que también se quedo volando por ese agujero por el cual caía. Ni una luz en el fondo se veía. Ya se comenzaba a desesperar, al sentir que jamás dejaba de caer. Le comenzaba a faltar la respiración, pues ya no la necesitaría. Su mente en blanco. No cuerpo… ni peso… caía… manos a los ojos.

Se destapó la cara, y observó la ventana de su pieza. La luna aún alumbraba en lo alto. Pero Catalina no había despertado aún. Con los ojos aún abiertos, vio su pieza girar a su alrededor, mientras se acomodaba en su cama. Ya no tenía idea donde estaba el gato. Volvió a abrir los ojos, pero estaba en otra habitación, de la misma casa. Sabía que David estaba en alguna otra habitación, quizá algún piso más abajo, o algún piso más arriba. Ella en cambio estaba en otra habitación, parada inmóvil, como una lámpara de pie, acompañada de otras personas que habían tenido su misma suerte. Todos, la mayoría ancianos de cabello completamente canoso, mantenían una posición inmóvil, rígida como si fuesen estatuas, y no miraban más que para el frente. Catalina se sabía muerta, y los sabía a ellos muertos. Pero no sabía donde estaban. Solo sabía que era la misma casa donde la llevó David, hace rato. Sabía que era la misma casa donde estaba aquella mujer.

Aquella mujer. Lo más probable es que estuviese por ahí cerca en ese momento. Quizá la estaba mirando. Catalina intentaba voltear el rostro, buscaba a esa mujer, quería verla observándola con su sonrisa burlona. Pero no se podía mover. Era como una estatua más de ese museo de ánimas. Hacía lo posible por mover, aunque fuese un dedo. Pero algo no se lo permitía. La mirada de aquella mujer la sentía en la nuca. Necesitaba moverse para encontrarla. Alzó la vista, y vio que una de las personas que allí se encontraba la miraba fijamente a los ojos. Entonces pudo mover la cabeza. Pero perdió el equilibrio, y su cuerpo comenzaba a caer como tabla. Veía el suelo acercarse, cómo una cómica caída en cámara lenta. Volvía a abrir los ojos, pero ahora miraba la pared. De hecho tenía la pared casi en la nariz. Afuera el día como que quería pero no quería empezar. Parecía que el solo jugaba con la luna para ver quién se movía primero. Catalina escuchaba la voz de Fito, lo que la animaba a despertarse. Pero no podía. El cuerpo le pesaba. Casi sentía que no era suyo. Con gran dificultad giró sobre sí misma, y tomó su teléfono, del cual parecía venir la música. La hora le indicaba las siete con setenta minutos. Hizo volar el teléfono hasta el escritorio, y se abandonó a sus sueños.

Catalina abrió los ojos. Con mucha claridad vio la ampolleta del techo de su pieza alumbrada por el sol de la mañana. Se incorporó asustada por ese extraño sueño que tuvo en la noche. Se sentía nerviosa, algo paranoica por haber soñado con su muerte. Tomó el teléfono que estaba en su escritorio. Eran las casi las siete y cuarto de la mañana. “¿Por qué chucha vi que eran las siete con setenta?” se preguntaba entre extrañada, asustada, y graciosa. Se llevó las manos a la cara, y se rió un rato de si misma. Una risa nerviosa. Aún sentía la mirada de aquella mujer del sueño en la nuca.

Ese día no iría al preuniversitario. Luego de haberse bañado, vestido, y de haber tomado desayuno, se dirigió a casa de su pololo. En la ducha analizó el sueño de muerte, recordando cada detalle. Cómo se le dormía el cuerpo, como caía al vacío, y como estaba tan conciente de todo. No sabía si reírse o tomarlo en serio. Camino a casa de David trataba de olvidar el tema. Pero con pocos resultados.

Llamó a la casa de su pololo con una sonrisa nerviosa en la cara. Tenía intenciones de contarle el sueño, reírse un poco, y olvidar el tema. Pero al abrirse la puerta de la casa, apareció un joven que ella lo reconocía como el David del sueño, pero a la vez lo veía como un desconocido. Quizá por que se veía un poco mayor, o algo así. “¿David?” le preguntó Catalina. El joven asintió extrañado. “¿Usted es…?” le preguntó. Catalina le sonrió asustada, pero su sonrisa se borró al ver su reflejo en la ventana de la casa. Se reconoció de inmediato como la aquella mujer. El pelo, la cara, sabia que la mujer del relejo, era la mujer del sueño. Miró al David que aún la observaba extrañado. Entonces Catalina lo recordó. Recordó que ella ya no era la misma Catalina fallecida unos cuantos meses atrás.