viernes, 28 de diciembre de 2012

Curioso y más (o menos) curioso

A veces simplemente, y es solo una opinión bastante poco experta, da lo mismo si la historia es buena, o mala, sino que el brillo está en la pequeña chispa que se le de al contarla. Si me preguntan por un ejemplo, uno claro es, por supuesto, el chiste. Me ha pasado que el viejo de la botilleria, mientras anota el precio de una Coca-cola litro y medio más un Lucky Click en una boleta color... amarillo, me cuenta un chiste, de esos para después de las diez de la noche, aunque sean las dos de la tarde, y resulta que uno se ríe de su chiste, pero si lo cuento yo, no... el chiste es fome, aunque lo cuente después de las diez de la noche, a no ser, claro, que hayan un par de cervezas bebidas sobre la mesa, pero aún así a veces la cosa no resulta. Pero ese no es el punto, no quiero hablarles del chiste del viejo. 

Resulta que vi una noticia... bueno no la vi, la escuché, y ni siquiera de la radio, sino que me la contaron. Y me pareció curiosa. Entonces la quise contar. Pero cómo, cómo darme el ingenio de un cuento que en si no parece algo nuevo, pero que si lo es, en parte, digo, es curioso. Entonces dije, hablemos con Kafka en un paseo hasta el noveno círculo de su casa, y pongamosle J. No es por mi, solo que pensé en ponerle J. por que si. Pero luego de leer a tipos como G.R. que ocupa a su personaje G. en ciertos cuentos que no son muy buenos, uno piensa que K. acabó el proceso y finalmente murió. Así que J. no es el nombre. Así que le llamaremos Benjamín González, hombre promedio con trabajo digno, tres hijas, y una esposa. Para terminar el prototipo, casa en Ñuñoa, y un perro. ¿Raza? No me pregunten la raza, por favor, es un cuento, no una radiografía a la casa del tipo. 

Bueno, ¿en qué estaba? Ah claro, Benjamín González. La historia en si no tiene nada fantástico. Digo, es un hombre (promedio, hijas, esposa, perro, trabajo, come, caga, coge... ) que terminó en la cárcel. "Oh, gracias, nos has proporcionado la historia del siglo. No sé como aún no te ganas el Nobel". Eso estuvo horrible, aún no empiezo ni a contar la trama, y ya saben el final. Pésimo... pésimo, pésimo. Entonces hagamos otra cosa: está este otro tipo. Como nunca supe como se llamaba, le daremos un nombre tipo Julian San Martín. Él vive acá, un departamento pequeño, si se fijan. Es de hecho, y ahora que lo veo, bastante pequeño, es decir, miren esa cocina... ¿qué haces ahí?, una cebolla te ocupa todo el lugar, y no tienes donde dejar los platos. Pero eso no es lo importante; miren un poco a la derecha de Julian ahí sentado en un sofá viejo, que quizá alguna vez fue verde. Es una hermosa biblioteca, repleta de libros, de literatura, historia, ciencia, ensayos, política, y toda esa maraña de basura que le gusta a los intelectuales que terminaron siendo profesores. Ahora, les digo, no me pregunten si Julian San Martín era profesor, no lo sé. Nunca lo supe, y es solo que necesito un nexo en todo esto. 

El punto es que tenemos a este hombre, Julian San Martín sentado en el living-comedor-cocina-pieza (y afortunadamente -no baño), en un sillon de terciopelo verde. No, mala técnica, mala técnica. Digamos en un sillón, así, simple, negro, de cuero, con los cojines rotos  rasgados por el tiempo, como los tendría cualquier persona con poco dinero, y poco tiempo. Ahí está, sentado, leyendo. Está leyendo "Algo" escrito por Alguien en el año quiénsabe. Aquí es cuando yo debo poner manos a la obra, o las manos en la masa, o la mano en el lápiz sobre el papel. A quién miento: gente, yo no escribo en un papel; como el común de los mortales escribo en un computador. Pero Julian San Martín no escribe, lee. Lee concentrado, en su mundo en una primera escena de un película. Imaginemos, la cámara en una sola toma pasa por la cocina llena de platos sin lavar, sube  un poco para mostrar un par de cuadros pintados por, digamos, Matta, un par de diplomas, y una curiosa foto de él con un curso 4to. Medio del colegio... de un colegio. Caro, para que la cosa... no, un colegio tipo "hola, nosotros recibimos gente de todas las clases sociales, por que somos buenos samaritanos". Un colegio católico, eso, es una buena idea. Bueno, la cámara sigue el movimiento hacía la derecha... no, izquierda, a la derecha nos devolvemos a la cocina, y la cosa no avanza. Podría dar lo mismo, si lo vemos con un poco de frialdad, pero digamos que la cosa avanza hacía allá. Luego de los cuadros, diplomas, y la foto, está esta biblioteca, de madera barnizada, hermosa, llena de libros. Entonces baja un poco y nos muestran a Julian San Martín leyendo. Es una escena tipo "había una vez un tipo llamado Julian San Martín. Él era un profesor como cualquiera, que trabajaba en un colegio de buena paga, y parecía que nada lo molestaría en su vida... hasta que policía salvaje aparece por la puerta, ¡bang! ¡bang! ¡prende el caos, y Julian saca un arma de debajo de los cojines! Empieza una balacera, ¡oh! un policía cae herido, ¡oh! hieren a Julian, ¡está herido! ¡está herido...!", pero contarlo así sería horrible. 

De hecho lo hice mal, me adelanté, y dije algo que en verdad no fue. Bueno, nadie me dijo que lo contara como se debía, pero me siento con el deber de contar las cosas bien, sin esa cosa de la película de drama policial estadounidense. Les cuento, entonces que Julian San Martín leía tranquilamente "Algo", cuando tocaron a la puerta. "Oh, quién podrá ser a estas horas de la noche"... esperen, ¿dije que era de noche? No, claro, no lo hice. Bueno, esa noche Julian San Martín leía "Algo", cuando tocaron a la puerta (toc! toc! toc!). "Oh, quién podrá ser a estas horas de la noche", podría haber pensado nuestro querido protagonista. Deja el libro en las braceras del sillón, y se acerca a la puerta, y mira por ese agujerito, este como se llame... mirilla, u ojo de algo le dicen a veces. Mira por la mirilla (?) y ve a un grupo de tres o cuatro carabineros... no, carabineros es muy local. Hagamos algo, no vamos a especificar donde ocurre todo esto, ¿vale? Bueno, ve a un grupo de tres o cuatro policías uniformados esperando a que abra. Esta parte obviamente ya se tornó aburrida, ustedes ya sabían que llegaría un grupo de policías... posiblemente ya saben por que están ahí, esto pocas veces es... cómo decirlo, novedoso. Llega un grupo de policías, el tipo les abre y oh, sorpresa, ha sido acusado injustamente por un crimen de asesinato que en realidad él no cometió. Se desenvuelve la trama, el tipo hace su coartada, tiene que correr, etc., etc. Pero bueno, no fue tan así, pues resulta que Julian San Martín abre la puerta, mira a este señor policía, quien a su vez lo mira con una libretita en las manos. Luego de ojearla un poco, le dice:
- ¿Es usted el señor... Julian San Martín -. Detengámonos un par de segundos. Me disculpo por esta pregunta, ya he dicho tantas veces el nombre, que hasta parece un insulto que se pregunte. Es un insulto, de hecho, que yo exprese la pregunta, pues es obvio que él si es Julian San Martín, y era obvio el policía entre preguntando la identificación, y todo el resto. Mil disculpas. Sigamos...
- Ehh... sí, soy yo -, responde el profesor, luego de titubear un poco. 
- Tenemos una orden de llevarlo detenido - le comienza a sentenciar el policía -,.usted tiene una denuncia por violación a dos menores de edad.

"Oh, maldito sea el segundo en que a Julian San Martín se le ocurrió decir la verdad cuando le preguntaron el nombre", exclamó la plegaria a nuestro señor Jesús, que reina en los cielos. Debo asegurarles que no tengo idea si esto realmente habrá ocurrido así, pues ni siquiera conozco el protocolo de estas cosas. Es decir, ¿eres denunciado, y los policías te van a buscar a tu casa? Es una estupidez, pero me pareció entretenido poner a un grupo de policías a interrumpir a Julian San Martín mientras leía para llevarlo detenido  por esta acusación. Por que, y debo decirles, él si era culpable... y no les adelanto nada más, lo prometo. Pero podríamos jugar un poco; decir que Julian San Martín, al escuchar esto empujó a los policías, y comenzó a correr por su vida, y ¡qué importa andar en bata y calzoncillos! el tipo corría como si su vida dependiera de ello. "Corre, Julian, corre". O podríamos decir que cerró la puerta de un golpe, tomó el arma de debajo de su sillón y comenzó a disparar como loco. Pero eso sería alargar la trama, e irnos de lo principal de esto, que de hecho es nuestro amigo Benjamín Nuñez... González, perdón, era González. La cosa es que, sin importar si corrió o si se escondió, Julián San Martín fue llevado detenido esa noche. 

Ahora es cuando ciertas cosas que dije pierden sentido, por que si bien Julian San Martín no tenía el dinero para comprarse un departamento bueno, o una buena cocina, o un bien sillón, tuvo el dinero suficiente como para pagarse un buen abogado. A pesar de la declaración de la señorita que fue violada por él, y por el emocionante testimonio del padre de la señorita, Julian San Martín quedó libre. Solo tenía que ir a firmar un noséqué cada nosecuanto tiempo, en un plazo de quiénsabecuántos años. E incluso, si queremos molestar un poco, seguiría en su oficio de profesor. Oh cruel justicia que juegas en el patio con los sembradores de discordias, pero sin cortarte ni dañarte, sino que haciendo vudú con el mundo. Pero no pasarían ni dos meses, cuando una muchacha de cuyo nombre no quiero acordarme llegó a la puerta del profesor,  y al abrirla se encontró el cuerpo inerte de Julian San Martín. Fin. 

Terminar esta historia así no estaría bien. De hecho ya varios se preguntan "y bueno, ¿qué pasó con el otro hombre?", nunca volví a retomarlo, y él era el protagonista. Me esforcé contando una historia que de hecho debía ser una historia secundaria. Tanto es así que ni siquiera sé si contar la historia de Martina González, hija de Benjamín González con... su esposa. Si lo hago, ya sabrán el final. Bueno, y qué tanto, a estas alturas ya sabrán el final. "Oh mente maldita que no sabes hacer esto". Pero no diré nada, haré como que no saben, y terminaré mi historia. Primero, déjenme terminarme un café. 

Nos quedamos con que Martina González caminaba angustiadísima hacía su casa con su amiga de años... Diana Varas. Ambas son chiquillas, estudiantes de un colegio católico, cursando 4to. Medio. Al llegar a casa, sen encuentran con la señora... ehh... Marta López, madre de Martina González, y esposa de Benjamín González. Entran por la reja, esquivan al perro, y saludan a la señora, quién se da cuenta de que algo angustia a la pobre Martína González con su amiga Diana Varas. Esto lo estoy contando muy rápido, a decir verdad. Necesito que sea una escena lenta, con música de esa que es con un solo de violín, y quizá una voz femenina, como de opera, alargando una 'a' trágica. El paso por la reja es un movimiento lento, o en cámara lenta, se ve su pelo moverse con el caminar, y cómo este tapa su cara. Debe ser algo así como una tragedia clásica, y un tanto llorona, si me entienden. Así que desaceleremos un poco. Entran ambas jóvenes por la puerta, tratando de esquivar al perro. Al cruzar por debajo del dintel de la puerta, su madre sale a su paso quién las saluda de forma cordial. Pero al notar que su hija se encuentra cabizbaja, igual que su amiga, se le hiela el corazón por la duda y la angustia de saber que sucede en la vida de aquella a quién crió. (Detalle, ¿dije que Benjamín González tenían tres adorables hijas? Bueno, aquí solo nos importara la mayor).


Ahora tratemos de generar un poco de tensión, si no les molesta. Dejaremos a la dulce Martina González con su madre, y su amiga, y veremos que pasó el tiempo. Miremos la misma puerta de la reja, pero ahora se ve de noche. Oh la noche. Miren ahí, ¡ja! Justo viene entrando Benjamín González. Miren esa pinta, está realmente cansado. O es eso, o simplemente no se sabe vestir bien. Entonces entra. Saluda a su esposa, a su hija, y no nota nada raro. Pasa a la cocina, una cocina grande, y saca un pan. Si un pan, para que los voy a engañar, el hombre saca un pan. Entonces lo llama su mujer:
-          Amor – le dice – tenemos un problema.
El hombre se le acerca, su hija está llorando. Imaginen esta escena como un cuadro: una muchacha está sentada, vestida de escolar, en un sillón en medio del living. La madre la abraza sentada en la bracera, y mira con angustia al padre. El padre se vuelve loco en un ataque de histeria, se agarra el poco pelo que le queda, se sulfura. ¿Por qué? Oh, amigos, a quienes ya descubrieron todo esto, no los voy a felicitar, por que es obvio. La muchacha fue violada por un profesor.

Como es obvio, el profesor que violó a Martina González, no fue más ni menos que el mismísimo Julián San Martín, profesor de quiénsabequé en ese colegio católico comosellame. Las razones no las sabemos. Pudo ser por notas, por que lo vio en algo raro, por que quién sabe qué pasó. Vayan ustedes a saber si incluso no fue la muchacha quien se “entregó”… no, eso es de muy mal gusto, no sé como me dejo decir esas cosas. El punto es que a esta muchacha la han estado extorsionando y molestando desde aquel día, y ya no sabía que hacer. Su padre, lógicamente, denunció al profesor, y bueno hay está la parte que ya se saben de cuando llegó la policía, Julián se entregó, se pagó un bien abogado, etc., etc., bla, bla, bla, fin del asunto.

Pero aquí viene el momento jugoso de la historia, eso que le da el toque de sazón a la cosa. Cuando Benjamín González se enteró de lo que sucedió en el juicio, se encolerizó de tal manera que salió corriendo de su casa al departamento pequeño del profesor. Ahí estaba el hombre, sentado en ese sillón horrible, cerca de la cocina sucia, a un lado de la hermosa (¡oh, belleza!) biblioteca. Uno puede inferir, o jugar mucho con estas partes. Si nunca han matado a alguien, yo les digo, la adrenalina hace que uno no sepa que sucede. Entonces, y por lo tanto, nadie sabe como pasaron las cosas. Por tanto, juguemos:  entra Benjamín González al edificio, gran edificio, gran puerta. Sin hablar con el conserje, Benjamín González sube corriendo la escalera del edificio, ¡no hay tiempo, señores, de esperar el ascensor! Podríamos hacer uso de estas tomas que se usan en las películas de suspenso o de terror en que la cámara se dirige hacia abajo, para que observemos como el hombre sube con gran rapidez una escalera de caracol. Llega finalmente al piso nueve y ocho, y no siente el cansancio que le produce el fumar. Encolerizado toca la puerta de Julian San Martín, una, dos, tres, cuatro veces, casi botando la puerta al suelo. Pasan los segundos, esos segundos eternos, Benjamín González suda la gota gorda (¿estará bien decirlo así?), su corazón palpita al ritmo de una batería de doble pedal, y entonces se abre la puerta... Julian San Martín aparece detrás de la puerta, usando una bata celeste con rayas, unos boxers grises, y una camiseta blanca, pantuflas negras, gafas y un libro en la mano, una barba de una semana más o menos. No alcanza ni a saludar cuando ¡pum! golpe en la cara, ¡pum! patada, Benjamín González golpea con tanta ira al profesor que ni siquiera piensa en si escucharán los vecinos. Lo empuja contra la (hermosa) biblioteca, caen los libros al suelo, el profesor no se defiende, sangra por la boca y la nariz, un ojo morado, pero no se defiende. Ya dijimos que el departamento de Julian San Martín es pequeño, muy pequeño, por tanto a Benjamín González solo le bastó estirar un brazo y alcanzó un cuchillo. Primero una cara de susto, luego una mueca de dolor tras uno, dos, tres, cinco, diez, quince, veinticinco, treinta y cuatro apuñaladas en el cuerpo del profesor. 

Podemos pensar. Si, creo que lo mejor para cerrar esta... historia, es pensar. Y es que simplemente podemos decir que todo es curioso. Digo, nadie vio a Benjamín González asesinar a Julian San Martín, pero una vez encontrado el cuerpo sin vida del profesor, no fue difícil identificar al otro hombre como el autor. No quiero cerrar esto muy rápido de tal modo que nos quedemos con una sensación de "¿y eso fue todo?", c'est fini, aparece el chanchito despidiéndose de todos. Pero lo haré de todos modos. Por que resulta que alguien encuentra el cuerpo, un vecino dijo que vio a Benjamín González salir del edificio el día anterior, el concerje también lo vio, encontraron la ropa con las manchas de sangre, fue acusado de asesinato, y a la cárcel los pasajes. Esa es la historia: Un hombre viola a una muchacha. La muchacha le cuenta su padre. El padre denuncia al hombre. El hombre sale como inocente del juzgado. El padre se enoja y lo mata. El padre se va a la cárcel. Esa es la historia, no sé si les gustó, o si la encontraron tan interesante como la encontré yo. Tampoco sé si la habré contado de una forma tal que, digamos, haga que a la gente les parezca interesante. Quizá si debí poner un poco de emoción policial, persecuciones, balazos, bang bang, y ustedes saben. Pero no lo hice. Otro día, quizá. Solo quizá. 


viernes, 14 de diciembre de 2012

El Fin del Mundo del Fin (Julio Cortázar)


Como los escribas continuarán, los pocos lectores que en el mundo había van a cambiar de oficio y se pondrán también de escribas. Cada vez más los países serán de escribas y de fábricas de papel y tinta, los escribas de día y las máquinas de noche para imprimir el trabajo de los escribas. Primero las bibliotecas desbordarán de las casas, entonces las municipalidades deciden (ya estamos en la cosa) sacrificar los terrenos de juegos infantiles para ampliar las bibliotecas. Después ceden los teatros, las maternidades, los mataderos, las cantinas, los hospitales. Los pobres aprovechan los libros como ladrillos, los pegan con cemento y hacen paredes de libros y viven en cabañas de libros. Entonces pasa que los libros rebasan las ciudades y entran en los campos, van aplastando los trigales y los campos de girasol, apenas si la dirección de vialidad consigue que las rutas queden despejadas entre dos altísimas paredes de libros. A veces una pared cede y hay espantosas catástrofes automovilísticas. Los escribas trabajan sin tregua porque la humanidad respeta las vocaciones, y los impresores llegan ya a orillas del mar. El presidente de la república habla por teléfono con los presidentes de las repúblicas, y propone inteligentemente precipitar al mar el sobrante de libros, lo cual se cumple al mismo tiempo en todas las costas del mundo. Así los escribas siberianos ven sus impresos precipitados al mar glacial, y los escribas indonesios etcétera. Esto permite a los escribas aumentar su producción, porque en la tierra vuelve a haber espacio para almacenar sus libros. No piensan que el mar tiene fondo, y que en el fondo del mar empiezan a amontonarse los impresos, primero en forma de pasta aglutinante, después en forma de pasta consolidante, y por fin como un piso resistente aunque viscoso que sube diariamente algunos metros y que terminar por llegar a la superficie. Entonces muchas aguas invaden muchas tierras, se produce una nueva distribución de continentes y océanos, y presidentes de diversas repúblicas son sustituidos por lagos y penínsulas, presidentes de otras repúblicas ven abrirse inmensos territorios a sus ambiciones etcétera. El agua marina, puesta con tanta violencia a expandirse, se evapora más que antes, o busca reposo mezclándose con los impresos para formar la pasta aglutinante, al punto que un día los capitanes de los barcos de las grandes rutas advierten que los barcos avanzan lentamente, de treinta nudos bajan a veinte, a quince, y los motores jadean y las hélices se deforman. Por fin todos los barcos se detienen en distintos puntos de los mares, atrapados por la pasta, y los escribas del mundo entero escriben millares de impresos explicando el fenómeno y llenos de una gran alegría. Los presidentes y los capitanes deciden convertir los barcos en islas y casinos, el público va a pie sobre los mares de cartón a las islas y casinos donde orquestas típicas y características amenizan el ambiente climatizado y se baila hasta avanzadas horas de la madrugada. Nuevos impresos se amontonan a orillas del mar, pero es imposible meterlos en la pasta, y así crecen murallas de impresos y nacen montañas a orillas de los antiguos mares. Los escribas comprenden que las fábricas de papel y tinta van a quebrar, y escriben con letra cada vez más menuda, aprovechando hasta los rincones más imperceptibles de cada papel. Cuando se termina la tinta escriben con lápiz etcétera; al terminarse el papel escriben en tablas y baldosas etcétera. Empieza a difundirse la costumbre de intercalar un texto en otro para aprovechar las entrelíneas, o se borra con hojas de afeitar las letras impresas para usar de nuevo el papel. Los escribas trabajan lentamente, pero su número es tan inmenso que los impresos separan ya por completo las tierras de los lechos de los antiguos mares. En la tierra vive precariamente la raza de los escribas, condenada a extinguirse, y en el mar están las islas y los casinos o sea los transatlánticos donde se han refugiado los presidentes de las repúblicas, y donde se celebran grandes fiestas y se cambian mensajes de isla a isla, de presidente a presidente, y de capitán a capitán.