viernes, 26 de marzo de 2010

Realidad de ella.

La dueña de casa haría lo posible por levantar la casa. La falta de su marido producto del terremoto no la detendría ante la idea de salir adelante, más aún teniendo que cuidar a tres hijos varones, ninguno mayor de doce años. Ella esperaba ser un icono de la gente de Iloca, la representante del esfuerzo y el coraje para no decaer en la depresión. Pero ya estaba aburrida del tema del terremoto. Todos los días, en todos lados, siempre lo mismo.

Ahora Esteban llamaba a la puerta, y ella se paraba del sillón en el que habría estado llorando luego de saber que el hijo de Lucía no era de Guillermo, sino que de Lucas; aquel hombre que ella amó desde la infancia. "Inés, ¿qué te pasa?". Pregunta estúpida. Él estuvo allí cuando Lucía le daba la noticia a Inés, solo para hacerla sentir mal. Inés volvía a llorar contándole a su amigo del colegio lo sucedido en la tarde anterior en ese mismo departamento. Esteban la abrazaba para tranquilizarla; tampoco era nuevo saber - de hecho era algo obvio - los sentimientos que él tenía hacía su amiga. Quizá este era el paso para que él se la jugara por ella, aunque ella vivía por algún día poder estar con Lucas.

Qué irreal. Qué falso, y qué estúpida era esa mujer. Prefería saber en que estuvo ese futbolista la noche anterior, y con quién, porque después de que terminó con ella ante todas las cámaras, ha figurado más por la gente con la que sale y a dónde sale que por los goles que ni siquiera ha hecho. Así es como se enteró de que el ex ahora sale con esa joven que alguna vez pololió con el joven, que es hermano del que golpeó al otro tipo que salía a carretiar con la prima de la mejor amiga de ella. Ella, por supuesto, se sintió horrible con la noticia, pero era información que no le interesaba, y de dudoso origen. Parecía inventada por los periodistas.

Y antes de tener que verla a ella hablando con su esposo el presidente en el programa del narigón, decidió apagar la tele. Miró la hora,y se fue a acostar. al día siguiente ella tenía clases.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Tres tazas y un tiro

Se sienta en una mesa, en la cafetería ubicada en el centro de Santiago, con una cara que indicaba lo desgraciada que sentía que era su vida. La camarera se le acercó, y le preguntó que se serviría. Dijo que por el momento solo se iba a servir una taza de café; inmediatamente sacó del bolsillo de la chaqueta la billetera, y le pagó por anticipado. Luego volvió a guardar la billetera en el bolsillo de la chaqueta, justo a un lado de donde se encontraba el revolver, con la bala destinada a la única persona que arruinó su vida.

Apenas recibió su café, y dio el primer sorbo, comenzó a recordar. Fue tan solo en Diciembre pasado, mes en que tenía que hacer el mejor de los informes, puesto que cerraba el año en que encontró su primer trabajo decente. Por ello estuvo todo el mes trabajando duro, hasta altas horas de la noche para entregar el informe de su vida. Para el 23 de Diciembre ya estaba listo, y su pecho se inflaba al pensar que ese era uno de sus mejores trabajos, y que valió la pena el perderse varias de las citas con su novia. Con una sonrisa en la cara se dirigió a la oficina de su jefe. Este, serio como siempre, recibió el informe, y sin mirarlo lo dejó a un costado de su escritorio. Algo extrañado, el joven contador se devolvió a su oficina. Aproximadamente a los diez minutos su jefe lo mandó a llamar. Apurado, se dirigió a la oficina de su jefe, pero al abrir la puerta recibió en la cara su preciado informe. Además, su jefe le reprimió que ese era uno de los peores informes, y lo quería rehecho para el 26 de Diciembre. Dejó el recuerdo junto con el último sorbo de café. Llamó a la camarera, le entregó 600 pesos más, y le pidió otra taza de café.

Mientras aquel hombre calvo, de nariz prominente, vestido con un terno negro, conversaba y carcajeaba con los otros directores y gerentes, el joven contador lo observaba con la mano derecha en la oreja de la taza de su segundo café, y la izquierda en el mango del revolver. Fue entonces cuando otro episodio se le vino a la mente. En la tarde del 24 de Diciembre, a eso de las seis, recibió la primera llamada, era de su madre, quién lo esperaba en casa, con todo el resto de la familia, para la cena de Navidad. Él le explicó lo del informe, y ella lo reprimió con que “ahora sólo se preocupaba del trabajo y de la novia, y que la familia no le importaba para nada, pues ya era algo de segundo plano”. Con lo molesta que se encontraba su madre, el joven contador no encontró punto para contradecirla. Al día siguiente recibió la segunda llamada; el 25 de Diciembre, a eso de las 9.30 de la mañana, su novia lo llamó para reprimirle que nuevamente la dejó esperando sola. Le alegó que no era la primera vez sucedía, y por ello lo castigó con la peor frase… “no quiero volver a verte”.

El café se le acabó con un amargo sabor en la boca, al ver como su jefe, a tres mesas de la suya, se levantaba a recibir a su invitada. Y mientras ambos se sentaban, el joven contador pidió su tercer café. Con cada sorbo de café pensaba, y recordaba que no era la primera vez que veía aquella imagen. Hace una semana vagaba por las calles de Santiago, tratando de saber que fue del segundo informe anual que se vio obligado a hacer días antes. Su novia ya no le contestaba llamadas, ni mensajes, ni correos, ni nada. Tampoco sabía que era de su familia, con la diferencia que en este caso fue por que él no quiso llamar. Al día siguiente, un viernes 30 de enero, su jefe se le acercó con la misma cara de seriedad que lo identificaba. Con un quinto sorbo de café recordó las palabras exactas que le dijo: “su trabajo realmente no fue favorable para la empresa. Realmente nos costó caro, y… bueno, tome sus cosas y lárguese. Está despedido”.

Agachó la mirada, y observó su taza de café medio vacía. Sintió que ese sería el café que más le costaría beber. Se tapó la cara con las manos, y volvió a recordar. Aquel sábado, a las 6.30 de la tarde lo llamó su novia.

- ¿Aló? – contestó él.

- Supe que te despidieron – le dijo ella.

- ¿Cómo lo…?

- Te lo merecías – y colgó.

Ni siquiera alcanzó a dejar el teléfono en el velador, cuando lo llamó su madre: “supe que te despidieron”.

- ¿Quién te dijo? – respondió él.

- La Magdalena pues – dijo ella, con un frío tono de voz.

- Ya veo…

- Yo ya lo veía venir. Te lo mereces por ser un bueno para nada, tal como tu padre. – y colgó.

- Gracias madre – dijo este luego de una pausa, y lanzó el teléfono por el aire.

El día domingo salió a caminar, para beber algo. Con el dolor de una piedra pasando por la garganta al beber el último sorbo de café recordó la imagen que ahora se repetía. La imagen de su novia y de su jefe, sentados en una cafetería, conversando y carcajeando. Un dolor le oprimió el pecho al ver aquella imagen, y al pensar ya no le quedaba nada. Aún así, con el dolor del alma, se sentó en una mesa, y escuchó como se organizaban para que al día siguiente él la presentaría a todos sus compañeros directores y gerentes cuando estuviesen tomando café. Día en que el joven contador decidió tomar el revolver que su tío le regaló años atrás, y partir a la cafetería. Día en que él decidió eliminar a quién arruinó su vida.

Por ello, al llegar a la cafetería, al terminar su tercer café, al terminar de recapitular los últimos hechos, se levantó de la mesa, y se dirigió a donde estaba su jefe, su novia, y los otros directores y gerentes. Los observó con seriedad, cogió el revolver, lo alzó, y se disparó en la cabeza.