lunes, 2 de junio de 2014

Atopía

Me voy de viaje al kibbutz del deseo. Tranquilo camino por ochenta y un meses, y vuelvo a mi cabaña con las manos vacías.

jueves, 17 de abril de 2014

Del donoso escrutinio

No sé si se llamaba "Frestón" o "Fritón", solo sé que acabó en ton su nombre. Fue viejo ladronzuelo, padrastro de hidalgo caballero, sabio encantador y crítico lector, que mientras arrojaban los libros de novela y poesía, a poco los fue tomando y cambiando por cuadernillos vacíos, o llenos de horrorosas anotaciones.

Fue luego que, y aprovechando la nube de humo que salía de las llamas que incineraban a los inocentes carentes de palabra, que el encantador anciano y ladronzuelo, éste nuestro amigo "Frestón" o "Fritón", desapareció del manchego escenario como por arte de magia, llevando consigo la colección del desafortunado y sabio caballero que en su lecho dormía.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Sociedad de Gritos

I
Un hombre recuerda, viejas noches de antaño
El día en que despertó a punta de un grito ajeno
No fue pesadilla ni fue de espanto
Fue el grito largo, agudo y ensordecedor
Fue el grito ajeno que lo despertó y lo levantó
El hombre aquel por la ventana miró
Y al momento simplemente el grito cesó
Cuenta el hombre que a los días después
Un nuevo grito de sí mismo lo sacó
Un nuevo grito acompañado de otro
Más agudo, más ensordecedor, más ajeno
La diferencia ahora, eso sí, es que no cesó
Ni uno ni el otro calló, y no tiempo no faltó
Para que se sume otro grito, un tercero
No durmió aquel hombre esa noche
Con la cabeza hinchada de dolor a grito ajeno
Dos días pasaron y un cuarto llegó
El cual al paso invitaba al quinto
Sexto y séptimo llego luego, y octavo
Octavo que precede al noveno
Noveno que invita al décimo
Décimo que ya llegaba enero
Y el calor de las noches los gritos sumó y sumó
A los años y meses ya no aguantó
Y nuestro hombre ya desesperó
La cabeza a la ventana asoma, caliente y sin sombrero
Que hinchada la tiene de tanto grito que grito
Y nuestro hombre, aquel hombre gritó
Sin saber si vigésimo, trigésimo o enésimo
Nuestro hombre, aquel hombre gritó
Con la fuerza de la garganta que no afinó ni preparó
Nuestro hombre, aquel hombre gritó
Sin saber a cuál vocal empuñó
Nuestro hombre, aquel hombre gritó
Sin mirar, que los ojos cerró
Nuestro hombre, aquel hombre gritó
Como si cuchillo o pistola que disparó
Nuestro hombre, aquel hombre gritó
Y quién sabe si perro alguno que ladró o si gato tal vez se molestó
Nuestro hombre, aquel hombre gritó
Y si alguien más en otra ventana se sumó
Nuestro hombre, aquel hombre gritó
Pues gritó, grito que gritó y gritó
Nuestro hombre aquel hombre gritó
Gritó una vez y gritó otra vez
Nuestro hombre, esa vez sí que gritó.

II

Un hombre recuerda, viejas tardes de antaño
Camina por calles que oscuras no son
Ojos cerrados por no cesar el grito
Oídos tapados por no oír el ajeno grito
No se chocan ni se miran
-no se gritan entre ellos-
Solo al aire se lanza el grito
Y quien lo acoja sea desafortunado

(al menos creo, piensa el hombre
Ya los tacos no se escuchan).

III

Un hombre recuerda, viejas mañanas de antaño
Camina por calles llenas de gritos y
Grito
Gritó, nuestro hombre aquel hombre
Gritó y gritó y olió
Y abre los ojos porque vio
Vio una mano, y una pierna, vio unos labios
Vio otra mano, y unos ojos, ojos que miran
Vio un cuerpo que sentado
Vio un cuerpo que callado
Vio un cuerpo, y vio su pelo, y su figura
La vio el hombre y observó
Observó el hombre y por fin cayó
Cayó el hombre que por fin calló
Calló el hombre que ahora caminó
El hombre se acercó y una mano tocó
Unos ojos miró, el hombre al fin
Al fin el hombre, por ella volvió
Nuestro hombre, aquel hombre volvió
Nuestro hombre, aquel hombre
Por su escritura, por su lectura, el hombre cayó

El hombre calló.

sábado, 18 de mayo de 2013

Tiempo Estante

Aunque nos levantemos
una y otra vez a través de los días;
aunque caminemos
una y otra vez a través de los pasillos
largos, claros,
oscuros, cortos,
en busca de la palanca que nos quite
la grisácea sábana pesada,
en busca del artificio que nos despegue
de nuestras cabezas, frías como febrero,
la molesta comodidad de la almohada;

aunque el agua escurra
una y otra vez a través de grises tuberías,
frías como la mirada,
y nos quitemos el olor
(ese olor, es Ese olor);
aunque las ciudades se atesten
se aglomeren, se amasen,
se vuelvan, se caminen,
se transiten, se piensen,
se miren, así, o a sí,
se pinten, o se escriban
una y otra vez a través de mil quinientas
páginas de saga;
y se lean, y se miren,
y se piensen, de nuevo, y quizá;

aunque la música se escuche
y el cigarro se fume,
aunque el café se beba, y la cerveza,
aunque me escuches ahora,
o me escuches después,
o no me escuches, o yo que sé,
una y otra vez a través...
aunque se espere y se desespere,
aunque aquí y ahora,
aunque mañana y allá,
aunque deje de preguntar, aunque lo vuelva a hacer,

las aves ya no vuelan en invierno
por sobres las cabezas,
botando plumas sobre los pastos
y hojas de otoño,
y manzanas de ideas,

- y sus manos ya no giran así,
de uno a doce, ya no -.

Ya no se vuelve de las guerras a contar,
y ya no se vuelve a la guerra;
Ya no se ven manos que pasan,
y ya no corremos por correr;
Ya no hay sexo por placer,
y ya no nos place pasear por su finura,
por sus vueltas, y por que si,
por las líneas dibujadas por mano de poeta
en letra de maquina de escribir,
que nos abrasa, y no nos suelta;
ya no,
y ah... no.

Por que hemos dejado el tiempo sobre el estante
y desde allí nos mira;
hemos dejado el tiempo allí
en el estante viejo,
de madera añeja,
de color opaco,
acompañado de las arañas, y abrigado por las telas,
esas telas que no se barren, por que no se ven.
Hemos dejado el tiempo sobre el estante,
y desde allí nos mira,
aunque ya no se mire, ni se mide,
una y otra vez a través
del vuelo del ave que emigra y deja sus plumas
sobre las cabezas de la ciudad.






viernes, 12 de abril de 2013

Omertà

Se cuenta una historia, de aquel hombre llamado Hernán. El hombre al salir de su casa se echa encima un abrigo café, donde guarda las llaves, la billetera, y un silencio. Éste último estaba sobre su velador, de donde lo toma y lo guarda con mucho cuidado en el bolsillo izquierdo de su abrigo café. Bien sabido es que los silencios son artefactos frágiles, muy difíciles de mantener cuando finalmente posees uno. 

El hombre sale de su casa, y camina por una vereda estrechísima, que lo lleva a la salida del pasaje en el que vive; allí, Hernán dobla a la derecha, y camina por la avenida. En el camino busca los cigarrillos que esperaba tener aún en el abrigo café, pero no los encuentra. Pasa por una botilleria, compra una cajetilla junto con un encendedor. Saliendo de aquel local, saca un cigarrillo, y guarda la cajetilla en el bolsillo derecho del abrigo, enciende el cigarrillo, y el encendedor lo guarda con mucho cuidado en el bolsillo izquierdo, a un lado del silencio. Camina por varias cuadras más, mientras el fuego y el tiempo consumen un cigarro recién encendido. Finalmente llega a un cruce de avenidas, donde se acerca al paradero a esperar la micro. 

Pasan solo un par de minutos antes de que una micro servible aparezca y se detenga, y sube inmediatamente con mucho cuidado, pues teme que la gran cantidad de gente que sube junto con él aplaste el silencio que lleva guardado en el bolsillo. Pero el silencio salva completo, y Hernán se sienta en los asientos del findo, junto con un joven robusto de lentes con audífonos, y una muchacha que mira cada tanto por la ventana. Ya no necesita contar los paraderos, pues el camino ya lo conoce; conoce la gasolinera, y aquel muro grafiteado, aquella calle arreglada, y aquella plaza donde encontró el silencio por primera vez. Finalmente se levanta, presiona el botón anaranjado con la mano derecha, mientras que con la mano izquierda sostiene el silencio con firmeza. Baja de la micro, y comienza a caminar. 

Desde allí, el camino es igualmente conocido, y con la mano firme en el bolsillo sosteniendo el silencio cruza la avenida, entra por una calle angosta, y dobla a la izquierda una vez pasada la plaza. Pasa una cuadra, cuadra y media, y sin abrir la boca llama desde la reja a la casa de aquella mujer llamada Alejandra. Solo un par de segundos pasaron, para cuando la mujer sale de casa con una expresión extrañada, y algo desconcertada abre la reja que los separa, y se para frente a Hernán. Éste, antes de que ella alcance a decir algo, saca del bolsillo izquierdo del abrigo café aquel silencio guardado. Lo levanta a la vista de Alejandra, y al instante lo rompe, lo destroza en mil pedazos con las manos, con rabia, con furia, con tal meticulosidad que el silencio desaparece en una nube de polvo que mancha las mangas cafés del abrigo. Luego, mira a Alejandra. 

La mujer baja la vista, mirando los restos de aquel silencio destrozado. Luego, junto con alzar la vista, alza una mano al aire, casi por sobre su cabeza, y toma un silencio diminuto, casi juvenil, el cual guarda en el bolsillo del pantalón holgado. Sonriendo con tristeza cierra la reja, y desapareciendo tras la puerta se devuelve a su casa. Hernán entiende el mensaje, y con las manos llenas de silencio destrozado saca un cigarrillo, y lo enciende. Comienza a caminar de vuelta a casa, comprendiendo el valor de no romper un silencio, artefacto frágil. 

domingo, 24 de marzo de 2013

Inescuchable

Sonaban instrumentos
En una melodía desconocida
Agradable
Inescuchable.

Él levanta la mirada.
Ella mira a través de sus ojos.
Él siente su mirada.
Ella mira a otro lado.
Él baja la mirada.



Ella respira.
Él habla:
Ella no levanta la mirada.
Él no levanta la mirada.
Inescuchable.

Sonaban instrumentos.
En una melodía ya conocida.
...
Inescuchable.

sábado, 16 de febrero de 2013

Salud, Dinero, Amor

UNA HISTORIA SOBRE CUANTAS VECES DEBES ESTORNUDAR

Se trata de un hombre de edad promedio, con una alergia espeluznante que de daba cada primavera, a mediados de Septiembre, entre empanadas y cueca. Un día se encuentra en la micro, escucha música mientras viaja a su casa. Es 20 de septiembre, y la alergia lo ataca. Estornudó una vez, y una señora a su lado dijo algo. "¿Qué dijo, perdón?" le preguntó el hombre, quitándose los audífonos. "Salud, señor", repitió la mujer a su lado - una mujer ya anciana, con una nariz larga, puntiaguda, y con una horrible verruga -, y el respondió "gracias". Pasan un par de segundos, y el hombre volvió a estornudar, y la mujer volvió a decir algo. La escena se repitió, solo que ahora la señora le había dicho "Dinero; solo le falta amor". El resto del viaje, no hubo estornudos. 

En la tarde, tomaba once con su madre, un tecito, pan, y quizá un poco de palta. Estornudó mientras rebanaba un pan, y su madre al instante dijo "Uf! Salud!". Él, antes de dar las gracias, volvió a estornudar, y su madre el dijo "Dinero". "Sólo me falta amor" dijo el hombre, y hubo risas, pero no más estornudos. Al final de la comida, el hombre mira a su madre y dice: "Hoy en la micro estornudé dos veces, la primera me desearon salud y la segunda dinero, pero no estornudé la tercera en la que me desean amor. Ahora me volvió a pasar lo mismo. ¿Será algo bueno?". "No sé, son solo cosas que dice la gente, mi niño". 

Pero, efectivamente, pasaron los años, y el hombre comenzó mejorar su salud. En solo un año la alergia no lo atacó más, se curó de un problema que tenía en el tobillo, y la vista le mejoró. Además comenzó a irle mejor en el trabajo, lo ascendieron dos puestos tres años, y comenzó a vivir en los barrios altos de la capital, solo, y ganando millares con solo mover un dedo y contestar el teléfono. Lo tenía todo, todo, expcepto una mujer o una familia.

 Un día de aquellos viajaba a la oficina en un auto de esos carísimos, cuando se encontró con la señora de la nariz puntiaguda en un semáforo. La mujer se le acerca con paso lento, y casi misterioso, y le dice: "Buenos días, joven. Me doy cuenta que desde la última vez que nos vimos le ha dio mejor, pues puedo ver claramente como es que ahora cuenta con buena salud, y mucho dinero. Pero a la vez lo veo solo en ese auto carísimo. ¿No cree que debió estornudar una tercera vez?". El hombre la mira un instante, piensa, y luego le dice: "De haber estornudado una tercera vez, claro, tendría una mujer. Pero tendría que compartir mi salud y mi dinero, así que no... con dos estornudos estoy bien. Muchas gracias, señora!". El semáforo dio luz verde, y partió.